Cae la lluvia amorosa, mansamente.
La tormenta se aleja
con sus rayos furiosos de luz y sonido,
alumbrando la noche intermitentemente,
cayendo desde el cielo como fuego divino.
Ahora ha pasado todo.
Los coches van raudos, veloces.
El brillo de su paso arranca estelas vivas
que en el espejo del asfalto
asemejan fantasmas,
desde mi torre encantada
de la ventana entreabierta.